Por: Alejandro Artopoulos

En la primera semana de junio del 2011, Andrés Hax proponía en su página de «Flora y Fauna» de la Revista Ñ el siguiente ejercicio en dos tiempos. Primero, volver a ver Blade Runner, la gran película que Ridley Scott estrenó en 1982.Basada en una novela de Philip K. Dick, esta obra maestra retrató un mundo de ciencia ficción muy real con pobres, roña y desorden urbano. Segundo, la propuesta se trasladaba a la calle, para salir a caminar por Barracas, un barrio del sur de Buenos Aires. La consigna invitaba a imaginar, mientras se transitaba por las veredas de este típico barrio porteño, estar en el mundo creado por la película y observar loque sucedía. «Es un ejercicio extraño –decía Hax–, verán viejos taxis con GPS que hablan,un turista en un bodegón (de Barracas) con un iPad, cartoneros con celulares… Gran parte del mundo de Blade Runner ya es nuestro. Faltan los replicantes, no más» (Hax, 2011).

La observación de Hax es muy sugerente. Los replicantes de Blade Runner, autómatas creados por biotecnología para realizar los trabajos que los humanos no querían, se rebelaban contra sus amos haciendo un desparramo de asesinatos. En búsqueda de su identidad androide, producían un estado de inseguridad desconocido para el hombre has-ta ese momento. Si bien no los tenemos entre nosotros, sí sufrimos de esa inseguridad. La inseguridad de los excluidos. Un argumento un poco trillado del género de ciencia ficción nos entrega, en este caso, un toque de realismo que otros largometrajes escatiman. A los pobres, la roña y el desorden urbano, se les agrega la inseguridad del mundo periférico. El libro que el lector tiene (en una tableta) entre sus manos tuvo su origen en Buenos Aires, lugar en donde todas estas escenas distópicas suceden. No muy diferente a lo que ocurre alrededor del mundo periférico de Latinoamérica, Asia, África o aquellas zonas fronterizas del Primer Mundo donde el Tercero se hace presente.

Para entrar en este mundo subdesarrollado la tecnología digital se achicó y se nomadizó; en fin, si no tuviera un sesgo industrialista, podríamos decir que se proletarizó. Efectivamente, la «cuarta pantalla» a la que nos referimos son celulares inteligentes y otros dispositivos móviles con capacidades de procesamiento avanzado, como iPods, iPads y otras tabletas de tecnologías más o menos abiertas. Un término que proviene de las industrias tecnológica y publicitaria y que hoy se está generalizando en otros ámbitos. A principios del siglo pasado se encuentra el origen de la primera pantalla, el cine, «la pantalla de plata», en tanto la televisión, la segunda pantalla, se popularizó en los años sesenta. La computadora personal, la tercera, se inicia en 1975 con la Apple II, se estabiliza en 1981 con la IBM-PC y se consolida con la popularización de la Internet en 1995. Algo similar sucede con la cuartapantalla: comienza a principios de la décadade 1990 y se consolida en el 2002 con la difusión de la banda ancha móvil. Primero la observación de historias animadas en espacios públicos, más adelante el consumo de shows televisivos en espacios privados, luego el trabajo y, finalmente, cerrando el círculo, el uso privado para el ocio y el trabajo en espacios públicos.

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