Por Guillermo Brea

Jürgen Habermas caracteriza lo humano a partir de dos condiciones: el trabajo y la interacción comunicativa (simbólicamente mediada a través del lenguaje). La noción de trabajo –en la que según Marx el hombre transforma la naturaleza y a sí mismo– incluye su desarrollo como instrumento para un fin determinado. Esta razón instrumental, la utilización de la capacidad humana orientada a resultados antes que a valores, ha experimentado a lo largo de la modernidad un impresionante crecimiento y expansión. Una razón instrumental que como dirían Adormo y Horkheimer es una finalidad sin fin (o sea –Ricardo Forster dixit— que puede usarse para cualquier fin).

Esta instrumentalizacíon, que Max Weber llamaba la racionalidad con arreglo a fines, ha logrado hegemonía y no es fácil escapar a su extorsión. El eficientismo, la tecnocracia, el culto del éxito y las políticas de control son algunas de las más claras manifestaciones de esta omnipresencia. Como contrapartida, asistimos a un detrimento notable de las prácticas interactivas vinculadas a la reciprocidad, y a una desvalorización del mediador que las hace posibles: el lenguaje. En muchos casos –incluso en las universidades–, la palabra parece haber quedado relegada a ser un instrumento para argumentar. El alumno que frente a una nueva noción sólo pregunta “¿y ésto para qué me va a servir?”, es sin saberlo reproductor y víctima del discurso dominante. Lo retroalimenta en tanto la soberbia de su requisitoria se sustenta en el consenso social del que es parte; lo sufre en la medida en que su pregunta lo aísla cada vez más de todo conocimiento que no sea funcional a la hegemonía.

Como institución social, la Universidad no es ajena a las presiones y requerimientos del entorno, canalizadas a través de padres, empresas,medios masivos, etc. Se espera de la Universidad un modelo de egresado solidario con el monopolio de la razón instrumental. Exitismo y fantasmas laborales para unos, fundamentalismo económico para otros, todos pretenden que los claustros produzcan profesionales “llave en mano”, es decir formados a expreso dictado de sus necesidades. La promesa es que este acatamiento encierra la clave de la “inserción laboral”. Cualquier desviación, por el contrario, amenaza con negar el ingreso del paraíso. No es casual que inserción remita a la colocación de una pieza hecha según una especificación en un espacio previamente adjudicado.

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